Sobre trenes y tumbas
Viajando en tren desde Palma a Manacor, en la isla de Mallorca, donde vivo desde hace unos 15 años, noté que los 4 asientos enfrentados entre los cuales estaba el mío estaban ocupados por lectores. Frente a mí, un joven de unos 30 años leía un best seller de Michael Crichton, reconocí el nombre por ser el autor de Jurassic Park. A su derecha, un señor mayor leía el diario y lo somatizaba en un gesto adusto. Yo, por mi parte, leía el libro de mi amigo Gabriel Bertotti, que escribe como los dioses y acaba de editar “Los techos de agua”, una pequeña joya que me tiene atrapado. Y a mi derecha estaba quien más me llamó la atención: una chica evidentemente mallorquina, de unos veintitantos años, que leía absorta “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sábato. No levantó la vista en todo el trayecto.
La imagen de esta chica leyendo un libro atrapante pero de lectura extenuante, pergeñado por un querible viejo gruñón en una casa de frondoso jardín en Santos Lugares, provincia de Buenos Aires, me llamó mucho la atención debido al fuerte contraste entre las dos realidades: la del escritor y la de la joven lectora. Mientras la observaba recordé que la casa de don Ernesto (ver foto) estaba justo frente al club de barrio Defensores de Santos Lugares, en el cual mi abuelo, con la mejor intención del mundo e inapelable lógica tanguera, le pidió al profesor de natación que me arroje sorpresivamente desde el trampolín más alto (al cual me dijo que suba solo para mirar y perderle el miedo), consiguiendo de esa manera que mi miedo a los trampolines me acompañe para toda la vida.
La imagen de esa chica -decía- sumergida en el mundo de pesadilla creado por Sábato a más de 10.000 kilómetros de aquí, mientras el tren surcaba la bucólica campiña mallorquina salpicada de almendros y con el hermoso fondo de la Sierra de Tramuntana, me dejó pensando sobre la magia de la literatura y, por extensión, de todas las artes. ¿Qué es lo que hace que alguien que vive una realidad tan distinta a la del autor se sienta “tocado” por una obra que a priori pareciera serle tan ajena? Seguramente la respuesta es la misma que responde a la pregunta de por qué yo en su momento me sentí fascinado por la obra de Franz Kafka, Ray Bradbury, James Ballard y tantos otros escritores que me marcaron profundamente. La conclusión, no por obvia deja de ser cierta: cuando una obra artística es sincera trasciende el marco geográfico que ayudó a crearla y acaricia el alma humana a un nivel difícil de explicar con palabras, cambiándola para siempre.
Cosas que uno piensa mientras viaja en tren…