Valentina y las paredes
No es la primera vez que un comentario de una criatura de pocos años -mi hija Valentina de 9, en este caso- me deja pensando.
Fue así: sin venir a cuento de nada, hace un par de días se acercó y, con la mágica inocencia propia de su edad, me dijo lo siguiente: «Papi, a mí me gustaría ver las paredes pero por dentro».
La misteriosa frase me cautivó y (además de hacerme sentir el tonto orgullo de quien se ve reflejado en las actitudes de su hijo/a) me hizo reflexionar acerca de algo que es fundamental en mi trabajo como ilustrador (y en el de cualquiera que desarrolle una actividad artística): la voluntad de sacar a la luz aquello que está oculto o -dicho con otras palabras- de incentivar el sentido de la curiosidad, de no quedarse con la primera impresión que nos producen las cosas.
Los niños saben mucho de esto y la razón es obvia: para ellos todo es un descubrimiento, todo lo ven por primera vez. Y esa actitud es la que trato de cultivar día a día por puro gusto y porque, en un sentido práctico, es la que me da de comer.
Creo que es primordial en todo sentido no perder la mirada del niño que fuimos (y en cierta manera somos). Yo la cuido celosamente como a un diamante, y pobre del que se atreva a meterse con mi mirada de niño, se encontrará con mi yo más adulto dispuesto a defenderla a muerte.
A mis 48 años esa mirada se manifiesta en la actitud de no quedarme con lo que las cosas me dicen en un primer momento, es decir, no mirar solo la superficie de la pared, sino tratar de imaginar cómo es esa pared por dentro para, de esa manera, comprender su esencia. Exactamente como hace Valentina.